Padre
-¿Llegamos ya?.
- Aguarda enana, que ya quedan sólo dos estaciones.
- Jo….
- Bueno, y hacer el cambio a los cercanías de la Z3 – pensó el padre.
Vaivén.
Unos suben.
Otros bajan.
No se oye ni un alma.
Ya sólo queda una parada para completar la primera parte del viaje.
Casi una hora de metro y otra media más de regalo en cercanías hasta llegar a casa.
Pero se gasta menos que en el coche.
Traqueteo.
Los vagones, ya muy anticuados, avanzan agonizantes iluminando con su único ojo luminoso las entrañas alquitranadas de la capital.
Movimientos convulsos.
Cómo el paciente que se retuerce de dolor ante el fracaso de la medicina…
…el gato que se mueve nerviosamente al ver su final próximo atrapado en la vía de un tren…
…cómo el buceador que aletea y aletea hasta la superficie, con fatal resultado…
- Ala pues, que ya hemos llegado.
- Ya era horaaaa…- se lamentaba la pequeña.
Papá saca su bono transporte para llegar a la Z3.
A la hija se le caen los ojos del sueño.
Es normal.
Ya es tarde.
La estación poco a poco se convierte en un esqueleto de acero y revestimientos cerámicos.
No hay carne.
No hay músculo.
No hay nadie.
Papá pasa una y otra vez la tarjeta por el torno.
Una.
Dos.
Tres.
Y cuatro veces.
Resultado: Acceso Bloqueado.
- ¿Qué pasa papi?.
- Ah, nada nada, la banda de la tarjeta que estará sucia…jejeje. Reía nerviosamente.
- Pregunta a ese señor de la gorra.
- ¿Qué…qué señor?.
- A ese…o a mamá.
- ¿A…a mamá?.
Papá empezó a sudar frío, pese a los ojos tiernos y cálidos que le ponía su pequeña.
Al lado de los tornos de acceso, las vías.
Pasaban vagones.
Vagones vacíos.
Muy deprisa.
Parecía que gritaban.
Sin control.
Sin mando.
Sin cabeza.
La enana seguía identificando a uno y a otro, a este y aquél, aquí y allí, al de cerca, y también al de lejos.
- Hija, pe…pero que haces…
- ¡¡Mira…mira…que viene mamá!!
La estación vacía.
Fría.
Descarnada.
No vida.
Salvo para la más pequeña.
Salvo para su padre.
Un padre que no ve nada.
Una hija que lo ve todo.
- Papá, mira, que viene mamá.
Y entre lágrimas el padre:
- Hija mía, yo también te quiero.
- Aguarda enana, que ya quedan sólo dos estaciones.
- Jo….
- Bueno, y hacer el cambio a los cercanías de la Z3 – pensó el padre.
Vaivén.
Unos suben.
Otros bajan.
No se oye ni un alma.
Ya sólo queda una parada para completar la primera parte del viaje.
Casi una hora de metro y otra media más de regalo en cercanías hasta llegar a casa.
Pero se gasta menos que en el coche.
Traqueteo.
Los vagones, ya muy anticuados, avanzan agonizantes iluminando con su único ojo luminoso las entrañas alquitranadas de la capital.
Movimientos convulsos.
Cómo el paciente que se retuerce de dolor ante el fracaso de la medicina…
…el gato que se mueve nerviosamente al ver su final próximo atrapado en la vía de un tren…
…cómo el buceador que aletea y aletea hasta la superficie, con fatal resultado…
- Ala pues, que ya hemos llegado.
- Ya era horaaaa…- se lamentaba la pequeña.
Papá saca su bono transporte para llegar a la Z3.
A la hija se le caen los ojos del sueño.
Es normal.
Ya es tarde.
La estación poco a poco se convierte en un esqueleto de acero y revestimientos cerámicos.
No hay carne.
No hay músculo.
No hay nadie.
Papá pasa una y otra vez la tarjeta por el torno.
Una.
Dos.
Tres.
Y cuatro veces.
Resultado: Acceso Bloqueado.
- ¿Qué pasa papi?.
- Ah, nada nada, la banda de la tarjeta que estará sucia…jejeje. Reía nerviosamente.
- Pregunta a ese señor de la gorra.
- ¿Qué…qué señor?.
- A ese…o a mamá.
- ¿A…a mamá?.
Papá empezó a sudar frío, pese a los ojos tiernos y cálidos que le ponía su pequeña.
Al lado de los tornos de acceso, las vías.
Pasaban vagones.
Vagones vacíos.
Muy deprisa.
Parecía que gritaban.
Sin control.
Sin mando.
Sin cabeza.
La enana seguía identificando a uno y a otro, a este y aquél, aquí y allí, al de cerca, y también al de lejos.
- Hija, pe…pero que haces…
- ¡¡Mira…mira…que viene mamá!!
La estación vacía.
Fría.
Descarnada.
No vida.
Salvo para la más pequeña.
Salvo para su padre.
Un padre que no ve nada.
Una hija que lo ve todo.
- Papá, mira, que viene mamá.
Y entre lágrimas el padre:
- Hija mía, yo también te quiero.
Comentarios
un besuco triplicado!!! ;)
Y conejitos peluchosos.
Hm...
Tienes un extraño talento para esto de lo inquietante.