Echa una carrera al sol



Las ocho y media es una hora estupenda para echar un pulso a lo imposible, vencer al sol, bendita locura.

El día entonaba el adiós, la victoria estaba en lo más alto, el que primero llegase a ver todas las azoteas ganaba.

El hombre contra el devenir natural del cosmos.

Con correr un poco más rápido esa tarde valía, pero no.
Mientras la luna se acercaba por la derecha, en el suelo iban surgiendo un sinfín de seres extraordinarios.
Esa era otra de las condiciones, el humano tendría que llevarlos consigo hasta el cerro.

De un suelo de color verde con sabor pica pica, brotaron dinosaurios gigantes, dragones de papel, mariposas...
El cielo era de cuadros rojos y azules, esa tarde llovieron letras desde un bote gigantesco, incluso muchas flores, de hecho hay quién dice que pasó volando un iceberg mientras se deshelaba.

Benditas locuras.

Poco quedaba para llegar a lo más alto, el suelo y la ciudad a sus pies.
Así, con ese inmenso morral cargado de los personajes más variopintos surgidos de los sueños, el hombre se unió con el atardecer.

Al frente, azoteas infinitas con infinitas historias.
A la derecha, el sol, diciendo adiós al viernes.
Por el otro lado la luna, tirando del sábado, otro día seguro que inolvidable.

Todo preparado para el gran salto.

Contó hasta trece y se dejó engullir por los sueños.

Y en los sueños apareció ella.
Con su cuerpo de gominola.

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