Y eso, eso de viajar a las estaciones, que sí, que decían que se podía, y vaya si se puede. --- Verano, como aquel día, cuando el sol, en todo lo alto, te hacía la ola en pleno mes de agosto. Y tú, elegante, oliendo a ganas y a brisa marina. Verano, como aquel día, ya con septiembre florecido, que me tiré sin red a todos tus acantilados. --- Y que sí, que no hace falta billete, bueno, sólo de vuelta. La cigarra y su hasta luego, el grillo, vuelva usted pronto, Y eso, que se viste el otoño, de kilómetros y de sábanas, de atardeceres y de cero tristezas. Otoño, la segunda primavera, triste para el que no se sabe divertir, y ese fresco que invita al abrazo y al meñique. --- Los días breves, las ganas y sus auroras, invierno en nosotros, pero ese invierno de Buenos Aires, ese diciembre con calor de verano, con postales de agosto. Ay, qué poco dura el sol, pero que bonita la luna en tus ojos. ¿Y la primavera? Vamos a encontrarla. ¡Va loca de soles y loca de trinos!
En apenas cuatro horas ya estaban sonando fados. Dulce Pontes... Madredeus... Cançao do Mar sonando en ese paso fugaz por la radio. Pisábamos tierras portuguesas, en uno de esos viajes en coche a lo Telma y Louise que tanto nos gustaban. Tocaba ir cerquita, pero para llegar juntos muy lejos. Y así, entre pontes e pontes, del Douro al Tajo, de Belem a Santa Justa. Dando alegría al fado, a base de cortar de raíz su melancolía con el simple hecho del roce de nuestros cuerpos. Los atardeceres en Cascais... Los no pensar en nada en las playas de Faro... Atardeceres y chin chines en Lisboa... Y así, de puntillas, a la orilla del Tajo, lanzábamos al Atlántico nuestros besos en forma de papel, con destino, con destino a todas las partes. Mar Océano, en esa magia sobre ruedas, que nos llevaba desde el Ebro al Douro, y bajando. Nos imaginamos nuestro viaje a Portugal, sí, pero nos salió diez veces mejor de lo imaginado, Lisboa te sienta tan bien... De ponte a ponte, del ag...
Una vez más el avión llegaba con cierto retraso. Cierto, esa palabra que lo mismo valía una hora como seis, pero en el Ferenc Listz cuando las nieblas se ponen, te invitan a sobrevolar el imperio Austro Húngaro hasta tomar tierra. Pero a él no le importaba, llevaba ni se sabe el tiempo esperando esos ojos; bueno, esperar no es el verbo, es navegar, navegar por esos ojos. Zoltan era una especie de ser humano habitante de lo que él llamaba, el multiverso, un concepto peregrino que salió de no se sabe que novela de ciencia ficción. Tras pasar por Bellas Artes y licenciarse con nota, empezó a dar clases de dibujo técnico a futuros ingenieros, esto le duró un par de meses, demasiado frío todo, muy alejado de lo bello del arte. Puso una academia en una de las salas de su piso, con tal éxito, que el piso entero acabo siendo un pequeño Parnasillo con más de cincuenta matriculados, de hecho hasta se permitía el lujo de tener empleados, estudiantes de último curso de la facultad que echaban una ...
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