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Mostrando entradas de febrero, 2010

En otra vida

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- ¿Se puede? - Poder se puede, pero andamos justos de sitio, eres de los nuevos, ¿no? - Si, me convertí hace dos días. - Y tampoco pisó mucho el páramo en otra vida. La sobrepoblación de estorninos es un problema en la ciudad, los pájaros, trataban de mandar un mensaje de redención a los vivos que pululaban aún por ahí abajo. - La cosa está en salir en vida del centro, pisar más el campo, andar por los oteros de aquí al lado. - Ya, pero sabe usted que era más cómodo espurrirse en el sofá y echar la tripa a dormir. -Estamos condenados en la no vida a pagar por lo que no hicimos cuando fuimos personas con piernas. - Mire, ahora ya no puedo volver al barrio, soy la peste de mi familia; mi padre es trozo de río, mi madre es espadaña, mi hermana creo que casó en Tierra de Campos y es un otero de los de allí...y yo, por no salir del centro, tengo que cargar con la pena de plomo de ser un pájaro porculero para el resto de los días, que serán eternidad. - Por eso estamos aquí, espe

Largos libres

A base de cenar cloro y de dar paladas con las manos o manotazos con las palas, he conseguido hundir a dos metros de profundidad un cerro de pasados. Y al lado del vaso una pira con un montón de ropa negra maloliente, ajada por el tiempo, el sudor y las caídas; pero arde como si fuera sarmiento recién sacado de la cepa. Ayer, ¡malditas pulsaciones de caballo!, me dieron las cuatro de la mañana hasta que por fin cogí el sueño, cosa que ha sido totalmente inútil, ya que para echarse a esa hora mejor no hacer nada, es mucho más interesante escuchar esos programas de radio que creemos que nadie escucha. Lo viejo se ha quedado atrás, o mejor dicho, hundido y desinfectado por el cloro, que lo usen otros. Me dijo uno muy listo, que de etapas sabe mucho, "ahora o nunca", pues ahora ahora, tendrá que ser ya, que no podemos andar con las raspas del traje negro a todos los lados. He entregado las armas y los libros, sinónimos, por cierto, a mi se me ha olvidado todo, al menos eso he i

Pausas y venidas

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El poeta Luís García Montero, unas páginas más adelante de la primera de su libro “La Casa del Jacobino”, aconseja a los escritores “ dos autobuses semanales y recorrer una carretera secundaria una vez al mes ” para encontrar algo de inspiración. Con el permiso virtual del poeta y escritor andaluz, añado a la lista, coger un tren los sábados por la tarde, cuando el sol vaya diciendo hasta mañana. Ya de por sí, viajar en tren tiene muchos vasos de encanto, pero ojo, sólo modelos y máquinas diferentes a las de la alta velocidad, esas no valen, no tienen gracia pese a su contrastada eficacia. Los trenes de sábado son los cacharros feos del servicio ferroviario, dan una sensación de grima espiritual, avanzan por la vía con pesadumbre y malestar, aunque no por ello están faltos de belleza. Marchar en tren un día de estos da la oportunidad de tocar con certeza el espíritu plomizo de los domingos por la tarde un día antes. En el mundo de los trenes, los sábados son domingos; en el mundo rea

Paraísos cercanos

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¡Ay!, cuando el alma pasa hambre, marcha al mar, agua de costa y de lluvia, pero la sed no cesa. Oficio conocido, hoy en sábado, quitar y poner soles, entre máscaras y confeti. Agua y más agua, en busca de otro atardecer, paraísos diarios pintados en el horizonte. Viento con lluvia en el camino, el tren de los sábados no avanza, el reloj se va, se va y se fué. Se fué con el sol, que se marchó al pasar el túnel. Noche junto a la Barceloneta, con la brisa y las gaviotas acurrucándote. Más adelante, con los sueños sin velar, aparece por levante medio trofeo. Mañana coloreada de gris ficción y litros de celeste realidad. Pasos con paseos en el Gótico, entre baldosas, flores y plazas de tebeo. Torres hechas de pies, gigantescos cuentos de bruja, aquelarres de paisano al pie de la Seo. Manos, veloces entre el hilo de hielo, abrigadas en la experiencia. La paloma, preparando su revolución al batir de las alas. Los artesanos, madera hecha juguete, metal para hacer piropos y papel para

Maitines

Pasear por la mañana, furtivamente, cuando por Renedo no ha salido aún el sol. Las calles están de baja, menos una o dos, que montan guardia para los que gustan de madrugar. Es domingo, hasta las doce o la una no despertará Valladolid. Vas a la caza del último sol de enero, que se esconde entre gris de domingo; esperando arriba, más allá del canal de los almirantes. Los periódicos aprovechan para engordar y darse un atracón a suplementos, es domingo. Las calles, también las plazas, cogen fuerzas para el lunes, replegadas sobre los adoquines, con fuentes en secano entre tierras de grano y alfalfa. Hay poca gente por las calles, calles que no hay, aparecen en nuestro camino gracias al imaginario, alguna vez, martes o miércoles, hemos pasado por allí. Aprovechas para alcahuetear por las casas, aún sin vestir. Domingo de invierno, que este año está raro, disfrazado a veces de abril. Ejercicios espirituales de tapadillo, con la necesaria soledad de las primeras horas de los páramos.