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Mostrando entradas de febrero, 2009

Tú, pueblo...tu, vida

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Cuánto tiempo ha pasado, desde que alguien vino por aquí la última vez, las piedras ya se han fundido con el viento, las calles han borrado los pasos de la gente, los muros, ya no reviven con la lluvia, la tierra, ha olvidado los juegos de los niños, los campos, mueren ahogados por los macabros deseos del tiempo, el cielo, cegado por una eternidad maldita vestida de negro y tristeza. Cuánto tiempo ha pasado, desde que estaba vivo, cuánto, desde que el silencio se hizo dueño y señor de las esquinas y las calles, cuánto, desde que mi triste destino me arrebató la vida, cuánto, desde que el veneno del olvido manó de aquella maldita fuente, Ya no existo, nadie me reconoce, solo las sombras que vagan por las tapias mutiladas, que vuelan por los tejados hundidos por el peso del olvido, vestidas de luto, sólo ellas me visitan. Me recuerdan que no hay nadie, y que jamás vendrán, y no vendrán porque ya no existo, nadie se acuerda, soy una sombra, una sombra en el paisaje, perdido, perdido en el

Ojos caducifolios

- ¿y ahora qué?- - Pues hija, ahora nada...cabeza alta y mirar para adelante. - ¿otra vez?, siempre me dices lo mismo, ¡joder!. - No puedes hacer otra cosa, sino te gusta lo que oyes, ya sabes... - Bah...no me entiendes...nunca me has entendido. - ...te conozco bien...son muchos años de amistad, te dejo que te pongas asi, es tu momento tormenta, asique me lo tomaré cómo una reacción típica y tópica de los humanitas. Sara era toda una artista del disfraz, podía estar padeciendo un terrible huracán dentro de su cabeza, pero a la vez mojar a la gente con el aguilla que desprendía esa sonrisa de oro y diamantes que regalaba al mundo de vez en cuando. Pese a todo, la discusión continuaba. - Supongo que ahora te toca llorar, es lo que viene en el manual...- - ¿manual?, ¿manual?...ese es tu problema...¿desde cuando los sentimientos siguen una norma?...te odio...te odio mucho - dijo Sara. - jajaja...ya sabes lo que viene ahora Sara...3...2...1...¡ya! - - Fu...vete....fuera de aquí... - balbuce

Estación en curva

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Madrid. Abril, primavera con abrigo. Día veinte, o día diez, que es un número estupendo. Por la tarde, a las seis y media, o a las ocho, que más da. Marina sale de casa, destino, el suyo. Se pone sus zapatillas. Su pantalón negro azulado, con tres bolsillos. Camiseta azul modelo festival de música. Sudadera naranja con capucha de premio. Conecta su mp3 y echa a andar...se acuerda de la estrofa..."caminante no hay camino...", que ironía. Al otro lado de la capital está Daniel, fingiendo deseos de esperarla, pero los compromisos son los compromisos, qué palabra y qué concepto tan deliciosamente odioso. Cuarenta y cinco minutos de metro desde Valdecarros hasta Plaza de Castilla. Marina lleva gafas de sol, pese a que la tarde ya se ha echo dueña y señora de la luz, y la luna empieza a desperezarse por su lado de la cama. Quiere desaparecer esos cuarenta y cinco minutos, y confía en que sus gafas le concedan el poder de la invisibilidad. Las canciones están minuciosamente seleccio

Para viajeros con prisa - Ciudad Monstruosa

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Lo primero que tiene que saber el osado viajero que se aventure a conocer Ciudad Monstruosa, es que al menos ha de llevar consigo el Certificado de Vida y No Vida que le expedirán en la parroquia en dónde fue bautizado, en dicho documento ha de constar al menos el haber cometido 5 pecados veniales y 2 mortales. Sin el mencionado pasaporte, el descenso a Ciudad Monstruosa en impensable. La Autovía Estatal de la Angustia nos conduce directamente hacia la gruta de entrada a Ciudad Monstruosa. La carretera no está en muy buen estado, hay varios árboles centenarios retorcidos de dolor que hace complicado el trayecto por esta vía de sinuosas curvas. Nada más bajar del coche, el valiente viajero podrá admirar la belleza de postal del Valle Viudo, y las bucólicas nieves perpetuas del Monte de los Abandonados. La población de Ciudad Monstruosa asciende a los 30.000 habitantes, más o menos la mitad viven en la superficie, y el resto vive en el inframundo. El gobierno municipal lo forman solo ban

MIrando al cielo

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Parecía una noche cualquiera, salvo que la bóveda celestial estaba adornada por millones de perlas. Era julio, la noche estaba preciosa, el sueño de todo pintor. Rafa conducía tranquilamente por la comarcal, una carreterita pequeñita que subía hasta lo más alto del faro, rodeando la iglesia y la atalaya. La ventanilla un poco abierta dejaba en el coche el poso de la brisa marina, que perfumaba el interior del vehículo con el aroma del mar. En la radio, Pet Shop Boys...Home and dry...la canción ideal para lo que Rafa soñaba con que fuera una noche ideal. En uno de los bancos cercanos al pequeño jardín que había en la explanada del faro estaba sentada Ana, su novia, esperando desde hace un tiempo. Tiempo que aprovecho para disfrutar del bonito cuadro que se dibujaba en ese momento en sus ojos, el mar de noche, las luces de los barcos pesqueros iluminando suavemente su parcela de agua, el ruido de las olas rompiendo en la luna...una noche preciosa, el sueño de todo poeta. Ana, Rafa y

El indigesto salmón

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Era lo peor, pero conviviendo en manada todos los días con los que eran igual que él, disimulaba. Luis Roig era el prototipo de joven humano odiable, chulo, engreído, soberbio y con ínfulas de emperador Romano. Gustaba mucho de pasear por su facultad de empresariales con el suplemento de economía, el de color anarajando, bajo el brazo, cómo dando a entender que eso para él era uno más uno, dos. Pero lo bueno de convivir con los de tu especie evitaba que tuvieses algo parecido a un remordimiento, ¿conciencia, eso qué es?. Luis Roig estudiaba en Barcelona y de ciento en viento, cuando le picaba el bolsillo o el frigorifico entonaba el "requiestam in pacem", iba a ver a sus padres a Lleida, dónde había nacido y pacido. La mejor manera de destacar es juntarse con los que son inferiores a ti, por eso decidió ir en tren, que es cosa de pobres, se decía varias veces. La mente de Luis Roig estaba contaminada por una extraña bacteria, la misma que habitaba el aire de la facultad de em

Palabra de Dios ( y 4 ) - Yo soy Carlos Setién

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Las primeras semanas en el seminario eran cómo Carlos Setién había imaginado. O no. A lo mejor era pura imaginación, un sueño que creía haber soñado. El pensamiento de Carlos, ya de por sí ambiguo, se acentuaba entre esas cuatrocientas paredes, era un niño de diez años, pero con elucubraciones propias de un hombre ya hecho y derecho. El ambiente monacal del seminario era propicio para que Carlos andara siempre en una nube, lo que le inyectaba altas dosis de narcóticos que le hacían ver la realidad, triste, de todos y cada uno de sus compañeros. La inmensa mayoría de los que allí estaban internados lo hacían por la necesidad de una familia, ahogada y con la piernas rotas de andar buscando aliento, que encontraba en el seminario una boca menos que alimentar en casa. El caso de Carlos era diferente, su familia le había mandado allí, no por gusto, pero sí buscando lo mejor para él, no para ellos mismos. Con diez años Carlos Setién no sabía lo que era una "duda teológica", pero ya

Palabra de Dios (3) - Ecce Venio *

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Los primeros sonidos propios de la berrea, servían de cántico introductorio para el tiempo del otoño. La vuelta a clase, el clima fresco y el lento envejecimiento de los prados que rodeaban Layés, eran síntomas inconfundibles que marcaban con rotulador rojo el mes de septiembre en el calendario. Marcial Setién preparaba el macuto para volver a África en unos diez días, no sin antes acompañar a su sobrino al seminario diocesano de Santander, y así saludar a viejos compañeros de ministerio sacerdotal. El catorce de septiembre, víspera de la fiesta de la virgen bien aparecida, patrona de Cantabria, los Setién al completo subieron hasta Santander para acompañar a Carlitos en su, esta vez sí, verdadera aventura. El viaje en tren hasta la capital duraba algo más de dos horas, tiempo suficiente para contemplar un variopinto panel de sensaciones entre los Setién. Mientras Carlitos miraba el paisaje con una sonrisa pintada en los ojos, sus padres contemplaban al enano con cierto temor, y con ci

Palabra de Dios (2) - Camino del seminario

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La mañana amaneció fresca, lo normal en un día de verano campurriano. Un verde fresco ilsutraba los alrededores de Layés, el monte se había vestido de chaqué. Mientras desayunaban, Carlitos no podía dejar de mirar a su tío, algo que empezaba a ser un poco incómodo para el misionero jesuita. - Carlitos, baja a por pan.... - - Jobar, es que a mi no me toca... - replicó Carlos mirando a su madre. - Anda que te acompaña el tío, y le enseñas la fuente nueva de la plaza - contestó su madre mirando con complicidad al misionero. - Vaaaaaaale... - Tío y sobrino, jesuita y aprendiz de aventurero, sacerdote y religioso con salacot, salieron del portalón, y no habían pisado el adoquinado de la calle cuando el tío Marcial cambió los papeles para ser él ahora el que interrogara a su sobrino. - Carlitos...¿ya sabes lo que estudiarás dentro de dos años? - preguntó con fingido desconocimiento. - lo que tú - respondió sin esperar un instante. - ¿qué es lo que yo? - - Cura de aventuras - contestó Carlito

Palabra de Dios(1) - Los días de colegio

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- ...venga Carlitos, arriba, que tienes que ir con tu padre a poner los reteles... - - ...¿pero ha venido el tío...? - respondió a su madre aún medio dormido. Ir a por cangrejos era lo que más le gustaba hacer a Carlitos Setién las mañanas de verano, pese al madrugón que supone. El número de piezas que pudiera coger esa mañana estival pasaba a un segundo plano ante el acontecimiento que esperaba la familia Setién todos los veranos a mediados del mes de julio, la llegada del tío Marcial. Los Setién vivían en Layés, una pedanía campurriana cercana a Reinosa, de quién dependía administrativamente. La familia se dedicaba integramente a la ganadería, tenían varias decenas de cabezas de ganado vacuno, que, junto a la explotación maderera de una pequeña parcela, les permitía vivir sin ningun apuro. Carlitos Setién era el mayor de tres hermanos, nadie podía creer que ese chicarrón del norte pudiera tener tan sólo diez años. El aire de la montaña del Campoo curte y sana. En clase era un chico m