El día de las flores
Anoche su madre no bajó del todo la persiana. Las primeras luces del sábado fueron desvelando poco a poco los colores de la habitación de Daniel; la bruma dejaba paso al azul de las paredes, habitadas por los los habitantes de los mares, gracias a unas divertidas pegatinas de vinilo. La luz del sol destapó la inmensa caja roja de juguetes que había a los pies de la cama, un cajón dónde todos los días es fiesta, por el suelo aún quedaban los restos de la noche pasada; superheroes y plastilina, protagonistas de uno de tantos cuentos que salen de las manos del pequeño de los Mainar. A punto de dar las diez, con un par de cariñosos cachetes en el culo, Daniel se fue desperezando y dando los buenos días al primer sábado de la primavera. No eran ni las once menos cuarto cuando padre e hijo estaban ya en el coche rumbo a la piscina. Daniel no es un niño miedoso; era curioso ver como en ese cuerpecito de no más de un metro de altura, cabían ya unos cuántos moratones, recuerdos de las...