Carita de cristal

- ¡Ala!...Anna, mira corre, mira...una vaquita...¡hola vaca! -
- ¡Hooolaa vacaaa, holaaa vacaaa! -
- ¿Has visto que bonita? -
- Sí...holaaa vacaaaa -
- Epa, que se te cae el choco -

Una vaca paciendo paciente con paciencia hierba fresca de un prado, imagen típica y tópica, cómo si estuviera allí puesta por el ministerio de fomento, una visión normal para vistas maduras, pero que pasados por el tamiz de los ojos de Anna, adquirían la magia propia de un cuento, de esos de hadas, dragones y príncipes guapos montados en caballos de plata que se enfrentan al dragón.

Esos ojos no eran de este mundo, al menos del mundo conocido, pues probablemente eran el reflejo de algún paraíso que aún no ha sido descubierto por algún intrépido explorador.
Ojos de color negro, recién pintados por el artista que tiene en la mente la noche más bonita jamás soñada, aunque no tuviera estrellas.
La boca de Anna era pequeñita, pero cuando sonreía, muchas veces a lo largo del día, mostraba al mundo una preciosa colección de perlas traídas directamente del arrecife de coral.

Anna estaba sentada en la barra de la cafetería del vagón número cuatro del AVE, con sus piernecitas de cuatro años colgando graciosamente , mientras su madre la daba de merendar.
Esa tarde tocaba bocadillo de chocolate y zumo de naranja, con el consiguiente y previsible collage de colores, olores y sabores pintando su cara, y parte del peto azul que llevaba puesto Anna esa tarde.

No importa la hora que fuera, ni el día, ni el destino del tren dónde van Anna Lopez Seguí y su madre, Sara Seguí Ferreras.
Hacía sol, eso esta claro, mucho sol, con mucha luz.

Sara Seguí también mira por la ventana, pero sin importarle las vacas.
Mira triste.
Mira sin mirar.
Desde hace un tiempo, un par de años quizá, los ojos y las sonrisas de su pequeña son su sustento diario.
El palo ardiendo al que se agarra.
La dosis de alegría que necesita para respirar.

Anna sigue merendando, la primera sintonía en Chocolate Menor empieza a oírse por su cara, pronto entrará en escena el zumo de naranja tocando "La Mancheta" en el peto.

Los pocos pasajeros que hay en el vagón cafeteria observan la escena con gracia.
Para muchos es una inyección de alegría para sus vidas de maletín, Ipod y prisa.

- Tiene una hija preciosa señora - comenta una mujer a Sara, mientras pellizca con suavidad y dulzura las mejillas de Anna
- Ah...jajaja... - responde Sara nerviosamente mientras contempla con admiración a su pequeña.

Y así uno tras otro, los seis pasajeros que merendaban esa tarde en el vagón cafetería del tren, dedican sus mejores carantoñas a Anna, a la pequeña Anna.
Su madre mientras tanto, agradece con una bonita sonrisa cada uno de los gestos.

Sara sigue mirando por la ventana.
Anna está a su lado.
Una lagrima escapa de los ojos de la madre.
Mira a su hija.
Mira a su madre.
Y mientras la lagrima se evapora, Sara dibuja un beso en la frente de su pequeña.

Comentarios

Miss O. ha dicho que…
...hmmm...un comienzo triste, que por alguna extraña razón, me deja imaginar un final de los felices...no sé porqué, será que hoy me he levantado optimista...=)...

...pan con chocolate y zumito de naranja...era mi merienda preferida...jejej...de hecho creo que sigue siéndolo...

(...me encanta, encanta, encanta el segundo párrafo...!...)

muEE
irene buscando la felicidad ha dicho que…
Ya no se qué decirte para no repetirme.
Seguro que eres una persona observadora que saca letras de todo lo que le rodea, pero desde luego, el hada de la inspiración no te abandona!
Me encanta...
Fernando García Pañeda ha dicho que…
Maravilloso. El cuento, la merienda, la niña, la madre... todo. Una sensibilidad especial.
No sé quién es Sara, ni por qué se le escapa esa lágrima, pero es muy afortunada.

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