TIRANDO ARROZ A DAR


- ¿Cuánto dices que queda?
- ¿Para?
- Para el juicio final.
- ¿Eh?
- Para llegar a Madrid, hombre empanadilla, jajaja – contestó Silvia mientras se reía.
- Ah…jajaja…pues, suma una hora y otra más para entrar en Madrid – dijo Jon con otra sonrisa.
- …buf…- resopló ella mientras mataba de un sorbo la botella de agua.

Y es que ir a Madrid en coche siempre, siempre, siempre (y siempre por cuarta vez) es una odisea, incluso cuando vas a una boda, se te quitan las ganas de desearles lo mejor a los novios.
No es el caso de Jon y Silvia, buenos amigos de la universidad, que junto a Irati, la casamentera, formaron el denominado “trío la la la” cuando hacían económicas en la UPV allá por los noventa y mucho.

- La primera que se casa – suspiraba Silvia.
- No, Jesusín se casó hace dos años.
- Ah, si, Jesús…
- Tu queridísimo Jesusín… - respondió con cierta sorna Jon.
- ¡Calla!, no me lo recuerdes – sentenciaba Silvia con una mirada asesina a su chofer de circunstancia.

El sol en todo lo alto, ardiendo como nunca, abrasando la meseta castellana, extendiendo un manto dorado por los eternos campos de cereales que dan vida a Castilla.
Sol de agosto, por el que pides clemencia y piedad a tus dioses.
Sol castellano, monarca absoluto, embajador del infierno en Castilla.

- Esto no se puede aguantar más, ¿paramos?- propuso Jon con la cara completamente empapada en sudor.
- Sí, se me están derritiendo hasta las lentillas.

Alimentaron el coche y también se alimentaron ellos.
Mientras descansaban, Silvia sacó papel y boli y empezó a anotar una serie de nombres.

- ¿Qué haces? – solicitó Jon, batido de fresa en mano.
- Pensando en mi boda.
- ¿Ya?
- Bueno…es un borrador…

En un par de minutos la lista de invitados pasó a llamarse Páginas Blancas.

- ¿Pero chica, cuántos llevas?
- Um, así más o menos…pues unos doscientos.
- ¡Qué popular!
- Entre familia cercana, familia lejana, colegio, universidad, trabajo, gimnasio…doscientos doce, para ser exacta.
Silvia miraba la cantidad de nombres que había en el papel, enseguida su mente se encargó de llevarla hacia una boda de las de seda y caviar, llena de gente, contemplando lo guapa que iba el día de su enlace.

Jon, aprovechó el momento de ensoñación de su amiga para cotillear y husmear en la lista de futuribles invitados.
Se levantó y pidió un bolígrafo en la barra de la cafetería, para comenzar a reorganizar toda aquella sopa de letras.

- Este no…esta menos… ¿tú?...tú no vienes… estos cuatro no están en España…

La sarta de nombres, apellidos y caras empezó a disminuir considerablemente.

La bella durmiente, mientras tanto despertaba de su viaje en nube de seda al país de las gominolas y de los palacios de cristal.

- ¿Qué haces?
- Ná, hacerte unos pequeños cambios, doscientos y muchos invitados, son muchos invitados.
- A ver, trae - sonreía Silvia.

La cara de la chica fue poco a poco pasando por todos los estados que van desde la alegría hasta el llanto.

Jon la miraba con un gesto combinado de compasión e ironía, en su boca se podía leer un “lo hago por tu bien, me lo acabarás agradeciendo”.

Ella abandonó la cafetería en primer lugar.

Él tardó un par de minutos más en volver al coche, justo lo que tardó en releer el papel con los nombres ya tachados y pagar las consumiciones.

- “NO INVITES A NADIE SILVIA, ESTÁS SOLA” – leía Jon en voz baja para su deleite –…pues me ha quedado una frase estupenda…
- Tres con cincuenta, por favor.
- Ah, disculpe, aquí tiene.

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