SOBRE TENER FE

Antes de morir, el doctor Palazón dió una magistral clase sobre la importancia del tacto, la disertación se desarrolló a través de una serie de borradores escritos a mano, como no, que había ido recogiendo a lo largo de su carrera como médico del cuerpo de diplomáticos.
Pudo viajar, trotar, patear, caminar, pasear por todo el mundo; calculó, una vez, la de vueltas que había dado al ecuador en un año, la cifra era abrumadora.

Jonás Palazón gustaba mucho de observar a la gente, iba parejo con su práctica médica.
Las manos, ese quinteto orquestado por la creación, una marabunta de terminaciones nerviosas por las que acceder a los más ocultos recovecos de las sensaciones.

Contaba el doctor, en su última clase, lo muy conmovido que salió de una tienda de regalos, pues jamás se paró a contemplar los suaves movimientos del hombre que le atendía, al envolver el regalo.

“…me quedé paralizado, señores, un espectáculo único e irrepetible, tomen, tomen buena nota, el crepitar del papel junto a las ondulaciones de las yemas de los dedos, que convertían ese papelucho de dos dimensiones en una fantástica creación del ser humano, señores, una orgía para los sentidos…”

“…no había nadie en esa tienda, mejor para un servidor, ese momento era sólo para mi y mi ego, apunten, apunten las desviaciones de lo cuerdo de este profesor, que se emociona cuando ve unas manos moverse de aquella manera…”

"...reconozco, si señores, lo reconozco, me quede con los ojos cerrados durante medio minuto aproximadamente, para escuchar ese adorable ruido que se metía por mis oídos y daban color a cada poro de mi brazo derecho, izquierdo..."

Los alumnos de ese día, ocuparon todos los asientos del a"Aula Dr. Ibort" , la más grande de la facultad; todos, políticos, escritores, personas de pompa, de boato, flor, tambien nata de la vida social de la ciudad, familiares y amigos, quisieron perderse la última clase magistral del Dr. Palazón.
Aun sabiendo que, todos allí, se estaban jugando un severo castigo por parte de Gobernación Central.

En el día se su muerte, los periódicos, intervenidos por el Secretariado de Comunicaciones y Telegrafía, se deshicieron en titulares almibarados para con la figura del genial galeno.
Se le tachó de soñador, de creer sin tapujos en la humanidad de todos y cada uno de los seres que habitan, alejado de la corriente oficial de la época, que abogaba por generar melancolía y pena eterna.
Eran tiempos difíciles, muy complicados para el Grupo Ideario Teodoro Reyes, un movimiento cívico preocupado por la decadencia sentimental en la que se encontraba la humanidad.

Fueron perseguidos, muchos ajusticiados con el aislamiento total, eterno, infinito, hasta la locura.
El Dr. Palazón fue uno de los componentes del ya extinto Grupo Ideario T. Reyes, fue condenado a mirar para abajo, a no hablar ni emitir idea alguna hasta que un Juez de Almas decretara lo contrario.
Sabían de su estado físico, deteriorado, marchito, un cuerpo ya opaco.
No dudó ni un instante, en esa oportunidad que el gobierno le otorgó cómo último deseo, para volver a derramar sobre el abarrotado anfiteatro, albacea de sus últimas voluntades, espectadores de lo clandestino, que el mundo y la vida bien merecen una sonrisa.

De los que allí estaban no quedó ninguno en pie, el Real Cuerpo de Fusileros de Gobernación dió buena cuenta, nada más salir, de todos los que asistieron a la clase, la final, última, de Jonás Palazón, nada de lo que se había dicho esa mañana podía pasar de la puerta, prohibido pisar la calle, peligro de epidemia de alegría; la solución, bien sencilla, aniquilemos los pensamientos que pueden mutar en bellas palabras.

Sonriendo, con las comisuras teñidas de rojo, murieron dulcemente.

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- Está usted de un pesado...
- Es el calor, que me funde.

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