TRECE CAMPANADAS

Tomó las uvas con la maleta lista para partir y medio langostino aún asomando por la boca.
Comenzaba, a partir de las doce y una de la noche, su año sabático.
No dio pistas de su destino a nadie, ni rastro, salvo algún papelillo perdido por su estudio en dónde estaba dibujado un boceto de su posible ruta.

A la pregunta típica y tópica de “¿dónde vas?”, el profesor Vivas respondía, casi sofocado, con un escueto “necesito respirar”.
Pocos, más bien casi nadie, entendían cómo un hombre de fama y éxito, podía colorear de gris todo lo que le rodeaba.

Ese matrimonio por los siglos de los siglos con la pena, hizo huir a su mujer, lo que supuso para el maestro Vivas, un refrendo en su teoría de que el mundo no era risa.
Sólo la palabra le hacía sonreír; devorador insaciable de letras, Santiago Vivas sólo liberaba endorfinas cuando sus manos se acercaban a los libros.

Salió en busca de la risa en forma de verso, de la casi felicidad que forma el abecedario al agitarse.
El crono y la soledad hicieron el resto, a las pocas horas de autobús, su mirada se cruzó con la de un ciprés victorioso en medio del páramo castellano teñido de escarcha.

Un catafalco hecho a su medida.

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Microrelato presentado al I Certamen de Relatos "Camino de la Lengua"

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