Agua en femenino


Ciudad, sí, de buenas mozas y buenos mozos.
Y por un lado, sin hacer casi ruido, se cuela por las huertas de Renedo.
El invierno sigue su curso, ¡no hay otra, amigo!, la espadaña cede a los vientos que se cuelan por el valle, los campos a un lado y a otro, presentan colores de la colección de este año.
Campos desnudos, a la espera del santoral, que al final es el que propone, envía y manda.
Los cerros aparecen como atalayas en el Valle de la Esgueva, sin saber que vigilar.
Pocos soles le quedan a este enero, uno de ellos marcha ya por el Duero hasta mañana.
No hay nada por lo que alertarse, salvo por la ventolera que se ha levantado en la ribera, todo está tranquilo por el este, los carrizos rebeldes, el cielo quebrado a las cinco y cuarenta.

El tiempo pasa, es mandamiento divino.
Madeja de aguas, que vienen de Silos, nada más y nada menos.
Aguas divinas que pasan de puntillas hacia el Pisuerga y de ahí al otro, que ese sí que da guerra últimamente.
Recuerdas las primeras veces que recorristes estos senderos cuando iban a ninguna parte, te rodearon las tinieblas a ti y a Losada, os merendó la tarde aquel jueves de diciembre y no al revés, vaya si tocó correr, más de lo planeado, no estaban invitados ciertos seres y leyendas, ni de lejos.

Pero ella sigue pasando, de puntillas, sin hacer ruido, esperando que Valladolid la haga hija predilecta de la ciudad y de su historia.

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