La saya del peregrino

Paisaje Castellano (Felix Antonio González)


Ver el llano,
callar
Francisco Pino (Antisalmo 37)



A uno, desde chico, le pintan el cielo de azul, con muchas nubes, esponjosas, blancas y piadosas.
Los curas, a través de la plática, alimentan nuestro imaginario celestial, con un paraíso lleno de venturas y parabienes cuando nuestros cuerpos vuelvan al polvo.
No es así el cielo en Castilla, cuando uno de nosotros muere, toca de nuevo tierra.

Uno se imagina un cielo similar a los rasos de Tierra de Campos, sin alardes ni filigranas, tosco, agreste, frío y bello, nada de ángeles ni trompetas celestiales, ni rejas de oro.
Paisanos de la zona, muros de adobe y paja, carrizos y raposas, eso nos espera a los de estos lares cuando el tiempo nos venga a buscar.

Se imagina uno a Miguel Delibes paseando ya por esa Castilla celestial, ¡ancha Castilla!, pateando con morral, cananas y boina esos páramos de Dios.
Delibes, allí, espigado, al borde de esa paramera, perdiendo la vista en lo hondo de la tierra, las manos entrelazadas en la espalda, sereno y reposado, el rebaño se ve a lo lejos.
Habrá librado ya unas cuantas perdices por allí arriba, escopeta vieja en mano, junto a la cuadrilla de siempre, esa que antaño arase con la alpargata Renedo de Esgueva, donde dió plomo a aquel zorrillo.

No creo que haya pedido mucho al llegar a las puertas de San Pedro, si acaso, que lo despierten a eso de las cuatro, que los cangrejos de río se cogen con la fresca.

Paisajes eternos y viejos de Castilla la vieja, adornados con cálamo y tinta.
Ya decía el ilustre: "venimos a la vida para un ratito".

Valladolid, desde ya, es medio Valladolid.






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