Otras Salamancas


Más allá de lo que dicen las típicas guías y recomendaciones de este u otro conocido, siempre se ha creído más recomendable tirar los mapas a la basura y perderse un poco en busca de otro tipo de visitas turísticas, esas que no son recomendadas nunca.

Salamanca tiene ese don de la bipolaridad urbanita que poseen pocas ciudades a lo largo del mapa mundi, la doble cara, el blanco y el negro, pero que contradictoriamente, a los ojos del visitante habitual,  vive en una regularidad lineal que la hace ser la misma urbe tanto de día cómo de noche.

Claro que hay monumentos y espacios que ver y (ad)mirar; conocida es la Casa de las Conchas, la Pontificia, las Catedrales, el gran foro de la Plaza Mayor, y demás reseñas de la guía de viajes de la hoja parroquial.

Hay otra ciudad, mejor dicho, hay otras ciudades escritas en la contraportada de los libros de viajes, detalles de monumentos escritos al margen y a lápiz suave.
Ciudades de zapatillas y pantalón corto, haciendo ruta desconocida muy de mañana, por caminos a los que no sabe ni ir, pero vaya, que por aquel arte, buscando una vía encuentras dos o cien.
La ciudad de las sorpresas, como la exquisita colección de arte que se puede ver en los pasillos de la Facultad de Bellas Artes del Tormes.
Taquillas que nacieron feas y grises, pero que los alumnos de Bellas Artes han decorado e insuflado vida y sangre a base de pincel y pensamientos.
Ciudades con azoteas, buscando el lugar más alto posible en el que divisar la tercera ciudad, la oculta, la misteriosa, la que sólo enseña sus tejados.
Llueve, invierno chico,  abril está a punto de despuntar en Salamanca.

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