Pequeñas grandes cosas.
La pregunta, por gracia del azar, se ligó al sino de ese día, pese a que pudo parecer una pregunta idiota.
Era sábado, este último del diez, en el que robamos una hora a Cronos, venían de comprar de la Plaza, serían las seis de la tarde, tarde más, tarde menos.
¿Qué vas a hacer con el viejo?
Tan sólo es un cepillo de dientes, pero exportó esa pregunta más allá de las cosas sencillas, se volvió a preguntar lo mismo, pero con la interrogación cerrando preguntas algo más complejas.
Hizo una lista con las cosas que había tirado esta semana por hacerse viejas, con el sentimiento de culpa comenzando a desbordar por el bolsillo.
Se acordó de las zapatillas, de la maceta de resina, de la suerte reciente del cepillo azul, pero también se acordó de los nombres de la agenda, de las llamadas no devueltas que había tirado, de los cafés que no serán nunca más cafés.
Pasaron caras y cuerpos, abrazos y manos, holas y bocas, despedidas y besos; segundos hechos carne, dejados de la mano de alguien que decidió convertirse en un pequeño dios de lo cotidiano, sólo porque decidía y sesgaba la vida a esas pequeñas grandes cosas del diario.
Sintió que lo viejo ahora era él.
Era sábado, este último del diez, en el que robamos una hora a Cronos, venían de comprar de la Plaza, serían las seis de la tarde, tarde más, tarde menos.
¿Qué vas a hacer con el viejo?
Tan sólo es un cepillo de dientes, pero exportó esa pregunta más allá de las cosas sencillas, se volvió a preguntar lo mismo, pero con la interrogación cerrando preguntas algo más complejas.
Hizo una lista con las cosas que había tirado esta semana por hacerse viejas, con el sentimiento de culpa comenzando a desbordar por el bolsillo.
Se acordó de las zapatillas, de la maceta de resina, de la suerte reciente del cepillo azul, pero también se acordó de los nombres de la agenda, de las llamadas no devueltas que había tirado, de los cafés que no serán nunca más cafés.
Pasaron caras y cuerpos, abrazos y manos, holas y bocas, despedidas y besos; segundos hechos carne, dejados de la mano de alguien que decidió convertirse en un pequeño dios de lo cotidiano, sólo porque decidía y sesgaba la vida a esas pequeñas grandes cosas del diario.
Sintió que lo viejo ahora era él.
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