Letras para LeiLa


Kabul, 5 de julio de 2011:

Ya queda menos, me han confirmado que el vuelo de regreso lo tenemos el día 23, no sabes la de ganas que tengo de tirar el  reloj por la ventana y abrazarte.

El tiempo ha estado a punto de terminar conmigo y con mi paciencia, por suerte, he cargado mi guerrera con muchas fotos tuyas, puedo pasar hambre y padecer la sed, pero aquí pasar un día sin verte es lo más parecido a morir.

Llevo la cuenta de las hojas que he usado para contarte mi vida diaria desde hace seis meses, y con esta llego a las dos mil quinientas, el hecho de no tener internet en esta medio oficina,  al principio me llevaba a los demonios, pero gracias a eso, he vuelto a jugar con las palabras y con la tinta sobre el cuaderno, rescatando historias y relatos de hace años, esos que tanto te gustaron y que terminaron por enamorarte, ¿te acuerdas de aquel otoño?

Gracias a que te he tenido en mente durante todo este tiempo he podido soportar con más o menos levedad la dureza de los días, esos que has visto en las noticias, teñidos de sangre y de infinito dolor, en esta guerra en la que nadie sabe lo que está haciendo.

Rara era la hora en la que no pasaban las balas rozando las sienes, claro, cómo para no volverse loco, suerte que te tengo, vaya, suerte que los de aquí tenemos unas compañeras como vosotras a miles de kilómetros, sino, sino no sé, no sé, esto pudiera haber sido más trágico de lo que ha sido.

Miro la hora cada poco, el tiempo ya está de mi lado, ahora es todo restar, todo, todo restar segundos al calendario hasta llegar al día pintado de rojo, que entrará a formar parte del club de los días más importantes de mi vida.

Lo hemos pasado muy mal, por eso te escribía absolutamente todos los días, así me aseguraba que las últimas palabras que escribiera ese día fueran “te quiero”.

Y cada día más, Lelita.  :-)

P. M.


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Cinco días más tarde, el 10 de julio de 2011, el Sargento Mc Cloud y dos de sus soldados resultaron heridos de gravedad durante una emboscada en el desfiladero de Kandahar.

Mientras le extraían toda la metralla de su cuerpo, perdiendo gran cantidad de sangre, el Sargento, pálido y rozando la agonía, no paró de repetir: “decidle que la quiero, decidle que la quiero…”

Hoy está fuera de peligro, en un hospital a dos manzanas de su casa, a pocos centímetros de su Lela.

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