Baobab


 


La cosa va de reinos. 

Por un lado, ese que tiene todos los castillos en los que tú eres palabra mayúscula y Majestad. 

En el otro, el Reino animal. 


Animales. 

Casi todos habitando nuestro cuerpo y muestra mente, estemos a dos palmos de distancia o a dos horas. 


Así, emulamos a los koalas, cuándo me creo que tu cuerpo es un hermoso eucalipto. 

O cuando te transformas en la señorita mapache  y trepas por mi en busca del mejor de los frutos. 


De serpientes va la historia cuando nos enredamos en la más bonita de las constricciones y los cascabeles sonando cuando nuestras manos se juntan. 


La fuerza de los 5 grandes de la sabana hacen que traigan un acento desde África y conviertan su Reino en un Imperio de sábanas en los que correr, buscarse, cazarnos y disfrutarnos. 


Con la fuerza de una leona que gobierna a su leon a golpe de abrazo. 

Y qué bien te queda esa corona, nena. 

Nos damos cobijo, como cuando el bebé elefante busca a su mami. 

O cuándo los guepardos trepan a los árboles en busca de lecho para soñar. 


Soñar, el deporte favorito de ese perezosillo que se acuesta todas las noches con una sonrisa que es la envidia de todos los árboles de su barriada. 


Volamos alto, cada vez más y más bonito. 

Un despliegue de alas fino y elegante. 

El mundo desde arriba se ve muy bien, ¿verdad que mola eso de convertirse en águila? 

Así lo siento cada vez que nuestras mentes piensan a niveles que rozan lo cósmico. 

Sólo nuestras águilas, esas que tenemos guardadas en el lado izquierdo del cuerpo, son capaces de tocar las estrellas. 


Y del cielo, de nuevo a la tierra. 

Esa que pisamos con el mismo respeto que lo hace el gran rinoceronte, de paso firme y grandioso, pero disfrutando de cada uno de los metros que avanza. 

Así lo hace también el Impala, que corre y corre dejando esa estela de magia por su reino. 

Esa magia tan nuestra que logra que seamos todos los animales. 


La tierra a nuestros pies. 

Tu reino entre desiertos y selvas. 

Con el gusto por los viajes eternos como los que disfruta el dromedario.

Con esa afición por la elegancia que tiene el Quetzal. 


Entre ríos y montañas. 

Jugando y riendo entre nuestras humedades como las nutrias. 

O juntando las naricillas y los besos como las marmotillas del Piri. 


Tu reino. 

Entre lo humano. 

Entre lo animal. 


Juntos, siempre mejor. 


Y yo, como buen niño lobo. 

Aullidos en nuestras noches y te bajo la Luna cuándo me lo pidas. 

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