Versos a unos ojos


Cuenta una tierna historia,
en tierras de Castilla La Vieja,
de quereres y letritas,
de pasiones y moralejas.

Estaba doña Lucía,
asomada a su ventana,
suspirando y suspirando,
por volver a ser amada.

Tan fuerte suspiraba,
tan fuerte era su pena,
que su padre quiso pues,
acabar con la condena.

Y así fue señores míos,
que vinieron de mil lugares,
y así llenar de amorcito,
a la princesa de estos lares.

De Sevilla muy altanero,
subió un Condesito en calesa,
mas yo no quiero carrozas,
y díjole no la princesa.

Cruzando los siete mares,
el caribeño ricachón,
faltico le vio la princesa,
y a ella sin cabeza no.

De la Rusia de los zares,
vino el frío con mil collares,
mas no se le entendía ni papa,
así no me van los chavales.

El último de todos,
ni carroza ni joyería,
mas este a la princesa,
por un ojito le entraría.

Lucía, dijo el apuesto,
tan solo puedo escribir,
pero si me pides un cielo,
te lo pinto para ti.

Carroza, bella princesa,
una pequeña sin atalajes,
son mis manos mi calesa,
en la que haremos mil viajes.

Y Lucía, oh princesa,
un anillo te he comprado,
con la piedra más enorme,
que en mi corazón he encontrado.

La princesa del castillo,
presurosa y sonriente,
es él, gritaba a su reino,
es mi principe valiente.

De la mano y del meñique, 
con atuses y cosquillas,
con una manta mimosines,
comieron muchas rosquillas.

Viajaron mil y una veces,
entre besos y mimitos,
da gusto verles andar,
y brillando esos ojitos.

Y sigue la tierna historia,
de estos dos tiernos bollitos,
entre patos y coquetes,
sumando y creciendo juntitos.




 

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